DÉCADA DE LA EDUCACIÓN PARA LA SOSTENIBILIDAD TEMAS DE ACCIÓN CLAVE
La OEI hizo suyo el llamamiento de Naciones Unidas, desde el primer momento de la puesta en marcha de la Década, creando una web destinada específicamente a su promoción (www.oei.es/ decada), que entró en funcionamiento el mismo día 1 de enero de 2005 con la incorporación de un “Compromiso por una educación para la sostenibilidad”, al que se han adherido ya cerca de 12000 educadores y 250 instituciones educativas de todo el ámbito iberoamericano. E hizo suya igualmente la idea central de desarrollar unos “Temas de acción clave”, cuyo número y contenido ha ido enriqueciéndose a lo largo de estos años, intentando recoger los avances de la investigación e innovación en torno a esta problemática vital para el presente y futuro de la humanidad. En este momento, ya en el ecuador de la Década, son veintiuno los Temas de Acción clave elaborados, acompañados por más de seiscientas expresiones clave y aunque su contenido seguirá precisando posteriores actualizaciones, el conjunto presenta ya una panorámica global de la situación de emergencia planetaria, sus causas y medidas que se deben adoptar para hacerle frente, poniendo de relieve la necesidad de un aborde holístico del conjunto de aspectos. Entre los problemas socioambientales tratados con más detenimiento, aparecen la contaminación sin fronteras, la urbanización desordenada, el cambio climático, el agotamiento de recursos vitales, la pérdida de diversidad biológica y cultural, la desertización, la pobreza extrema, las discriminaciones de origen étnico, social o de género, los conflictos y violencias… Y se abordan como causas profundas de esta situación (aunque no se puede trazar una separación neta entre problemas y causas, dada la circularidad existente) el crecimiento económico guiado por intereses particulares a corto plazo, el exceso de consumo, la explosión demográfica y los profundos e insostenibles desequilibrios entre grupos humanos. La mayor atención, sin embargo, se dedica a las medidas a adoptar: desde la tecnociencia para la sostenibilidad a la gobernanza universal, pasando por la educación por un futuro sostenible, el consumo responsable o el desarrollo rural, con un énfasis particular en la universalización de los derechos humanos.
Compromiso por una educación para la sostenibilidad
Naciones Unidas, frente a la gravedad y urgencia de los problemas a los que se enfrenta hoy la humanidad,
ha instituido una Década de la Educación para un Futuro Sostenible (2005–2014), designado
a UNESCO como órgano responsable de su promoción.
Vivimos una situación de auténtica emergencia planetaria, marcada por toda una serie de graves
problemas estrechamente relacionados: contaminación y degradación de los ecosistemas, agotamiento
de recursos, crecimiento incontrolado de la población mundial, desequilibrios insostenibles,
conflictos destructivos, pérdida de diversidad biológica y cultural …
Los educadores, en general, no estamos prestando suficiente atención a esta situación pese a llamamientos
como los de Naciones Unidas en las Cumbres de La Tierra (Río 1992 y Johannesburgo 2002).
Es preciso, por ello, asumir un compromisopara que toda la educación, tanto formal (desde la escuela
primaria a la universidad) como informal (museos, media...), preste sistemáticamente atención a
la situación del mundo, con el fin de proporcionar una percepción correcta de los problemas y de
fomentar actitudes y comportamientos favorables para el logro de un futuro sostenible. Se trata, en
definitiva, de contribuir a formar ciudadanas y ciudadanos conscientes de la gravedad y del carácter
global de los problemas y preparados para participar en la toma de decisiones adecuadas.
Proponemos por ello el lanzamiento de la campaña Compromiso por una educación para la sostenibilidad.
El compromiso, en primer lugar, de incorporar a nuestras acciones educativas la atención
a la situación del mundo, promoviendo entre otros:
• Un consumo responsable, que se ajuste a las tres R (Reducir, Reutilizar y Reciclar) y atienda
a las demandas del “Comercio justo”.
• La reivindicación e impulso de desarrollos tecnocientíficos favorecedores de la sostenibilidad,
con control social y la aplicación sistemática del principio de precaución;.
• Acciones sociopolíticas en defensa de la solidaridad y la protección del medio, a escala local
y planetaria, que contribuyan a poner fin a los desequilibrios insostenibles y a los conflictos
asociados, con una decidida defensa de la ampliación y generalización de los derechos humanos
al conjunto de la población mundial, sin discriminaciones de ningún tipo (étnicas,
de género…).
• La superación, en definitiva, de la defensa de los intereses y valores particulares a corto plazo
y la comprensión de que la solidaridad y la protección global de la diversidad biológica y cultural
constituyen un requisito imprescindible para una auténtica solución de los problemas.
Compromiso por una educación
para la sostenibilidad
Naciones Unidas, frente a la gravedad y urgencia de los problemas a los que se enfrenta hoy la humanidad,
ha instituido una Década de la Educación para un Futuro Sostenible (2005–2014), designado
a UNESCO como órgano responsable de su promoción. El manifiesto que presentamos constituye un
llamamiento a participar decididamente en esta importante iniciativa.
El compromiso, en segundo lugar, de multiplicar las iniciativas para implicar al conjunto de los
educadores, con campañas de difusión y concienciación en los centros educativos, congresos, encuentros,
publicaciones… y, finalmente, el compromiso de un seguimiento cuidadoso de las acciones
realizadas, dándolas a conocer para un mejor aprovechamiento colectivo.
La sostenibilidad como [r]evolución cultural, tecnocientífica y política
El concepto de sostenibilidad surge por vía negativa, como resultado de los análisis de la situación
del mundo, que puede describirse como una «emergencia planetaria» (Bybee, 1991), como una
situación insostenible que amenaza gravemente el futuro de la humanidad.
“Un futuro amenazado” es, precisamente, el título del primer capítulo de Nuestro futuro común,
el informe de la Comisión Mundial del Medio Ambiente y del Desarrollo, conocido como Informe
Brundtland (cmmad, 1988), a la que debemos uno de los primeros intentos de introducir el concepto
de sostenibilidad o sustentabilidad: «El desarrollo sostenible es el desarrollo que satisface las
necesidades de la generación presente sin comprometer la capacidad de las generaciones futuras para
satisfacer sus propias necesidades».
Ahora bien, no se trata de ver al desarrollo y al medio ambiente como contradictorios (el primero
“agrediendo” al segundo y éste “limitando” al primero) sino de reconocer que están estrechamente
vinculados, que la economía y el medio ambiente no pueden tratarse por separado. Después de la
revolución copernicana que vino a unificar Cielo y Tierra, después de la Teoría de la Evolución,
que estableció el puente entre la especie humana y el resto de los seres vivos… ahora estaríamos
asistiendo a la integración ambiente-desarrollo (Vilches y Gil, 2003). Podríamos decir que, sustituyendo
a un modelo económico apoyado en el crecimiento a ultranza, el paradigma de economía
ecológica o verde que se vislumbra plantea la sostenibilidad de un desarrollo sin crecimiento, ajustando
la economía a las exigencias de la ecología y del bienestar social global (Ver crecimiento
económico y sostenibilidad).
Son muchos, sin embargo, los que rechazan esa asociación y señalan que el binomio “desarrollo
sostenible” constituye un oxímoron, es decir, la unión de dos conceptos contrapuestos, una contradicción
en suma, una manipulación de los “desarrollistas”, de los partidarios del crecimiento económico,
que pretenden hacer creer en su compatibilidad con la sostenibilidad ecológica (Naredo,
1998; García, 2004; Girault y Sauvé, 2008).
Sería iluso, en definitiva, pensar que el logro de sociedades sostenibles es una tarea simple. Se
precisan cambios profundos que explican el uso de expresiones como “revolución energética”,
“revolución del cambio climático”, etc. Mayor Zaragoza (2000) insiste en la necesidad de una
profunda revolución cultural y la ONG Greenpeace ha acuñado la expresión [r]evolución por la
sostenibilidad, que muestra acertadamente la necesidad de unir los conceptos de revolución y evolución:
revolución para señalar la necesidad de cambio profundo, radical, en nuestras formas de
vida y organización social; evolución para puntualizar que no se puede esperar tal cambio como
fruto de una acción concreta, más o menos acotada en el tiempo.
Dicha [r]evolución por un futuro sostenible exige de todos los actores sociales romper con:
• Planteamientos puramente locales y a corto plazo, porque los problemas sólo tienen solución
si se tiene en cuenta su dimensión glocal (a la vez local y global).
• La indiferencia hacia un ambiente considerado inmutable, insensible a nuestras “pequeñas”
acciones; esto es algo que podía considerarse válido mientras los seres humanos éramos unos
pocos millones, pero ha dejado de serlo con más de 6500 millones.
• La ignorancia de la propia responsabilidad: por el contrario, lo que cada cual hace –o deja de
hacer- como consumidor, profesional y ciudadano tiene importancia.
• La búsqueda de soluciones que perjudiquen a otros: hoy ha dejado de ser posible labrar un
futuro para “los nuestros” a costa de otros; los desequilibrios no son sostenibles.
Por esa razón, Naciones Unidas, frente a la gravedad y urgencia de los problemas a los que se
enfrenta hoy la humanidad, ha instituido una Década de la Educación para un futuro sostenible
(2005–2014), designando a UNESCO como órgano responsable de su promoción y encareciendo
a todos los educadores a asumir un compromiso para que toda la educación, tanto formal (desde
la escuela primaria a la universidad) como informal (museos, medios de comunicación...), preste
sistemáticamente atención a la situación del mundo, con el fin de fomentar actitudes y comportamientos
favorables para el logro de un desarrollo sostenible (Gil Pérez et al., 2006).
Educación para la sostenibilidad
La importancia dada por los expertos en sostenibilidad al papel de la educación queda reflejada en
el lanzamiento mismo de la Década de la Educación para el Desarrollo Sostenible o, mejor, para un
futuro sostenible (2005-2014) a cuyo impulso y desarrollo esta destinada esta página web.
Como señala UNESCO (ver “enlaces” en esta misma página web): «El Decenio de las Naciones
Unidas para la educación con miras al desarrollo sostenible pretende promover la educación como
fundamento de una sociedad más viable para la humanidad e integrar el desarrollo sostenible en el
sistema de enseñanza escolar a todos los niveles. El Decenio intensificará igualmente la cooperación
internacional en favor de la elaboración y de la puesta en común de prácticas, políticas y programas
innovadores de educación para el desarrollo sostenible».
En esencia se propone impulsar una educación solidaria –superadora de la tendencia a orientar el
comportamiento en función de intereses particulares a corto plazo, o de la simple costumbre– que
contribuya a una correcta percepción del estado del mundo, genere actitudes y comportamientos responsables
y prepare para la toma de decisiones fundamentadas (Aikenhead, 1985) dirigidas al logro
de un desarrollo culturalmente plural y físicamente sostenible (Delors, 1996; Cortina et al., 1998).
Para algunos autores, estos valores solidarios y comportamientos responsables exigen superar un
«posicionamiento claramente antropocéntrico que prima lo humano respecto a lo natural» en aras
de un biocentrismo que «integra a lo humano, como una especie más, en el ecosistema» (García,
1999). Pensamos, no obstante, que no es necesario dejar de ser antropocéntrico, y ni siquiera profundamente
egoísta –en el sentido de “egoísmo inteligente” al que se refiere Savater (1994)– para
comprender la necesidad de, por ejemplo, proteger el medio y la biodiversidad: ¿quién puede seguir
defendiendo la explotación insostenible del medio o los desequilibrios “Norte-Sur” cuando
comprende y siente que ello pone seria y realmente en peligro la vida de sus hijos?
La educación para un futuro sostenible habría de apoyarse, cabe pensar, en lo que puede resultar
razonable para la mayoría, sean sus planteamientos éticos más o menos antropocéntricos o biocéntricos.
Dicho con otras palabras: no conviene buscar otra línea de demarcación que la que separa
a quienes tienen o no una correcta percepción de los problemas y una buena disposición para
contribuir a la necesaria toma de decisiones para su solución. Basta con ello para comprender que,
por ejemplo, una adecuada educación ambiental para el desarrollo sostenible es incompatible con
una publicidad agresiva que estimula un consumo poco inteligente; es incompatible con explicaciones
simplistas y maniqueas de las dificultades como debidas siempre a “enemigos exteriores”;
es incompatible, en particular, con el impulso de la competitividad, entendida como contienda
2. Educación para la sostenibilidad
para lograr algo contra otros que persiguen el mismo fin y cuyo futuro, en el mejor de los casos, no
es tenido en cuenta, lo cual resulta claramente contradictorio con las características de un desarrollo
sostenible, que ha de ser necesariamente global y abarcar la totalidad de nuestro pequeño planeta.
Frente a todo ello se precisa una educación que ayude a contemplar los problemas ambientales y del
desarrollo en su globalidad (Tilbury, 1995; Luque, 1999; Duarte, 2006), teniendo en cuenta las repercusiones
a corto, medio y largo plazo, tanto para una colectividad dada como para el conjunto de la
humanidad y nuestro planeta (Novo, 2006a); a comprender que no es sostenible un éxito que exija el
fracaso de otros; a transformar, en definitiva, la interdependencia planetaria y la mundialización en un
proyecto plural, democrático y solidario (Delors, 1996). Un proyecto que oriente la actividad personal y
colectiva en una perspectiva sostenible, que respete y potencie la riqueza que representa tanto la diversidad
biológica como la cultural y favorezca su disfrute (Ver Biodiversidad y Diversidad cultural).
Merece la pena detenerse en especificar los cambios de actitudes y comportamientos que la educación
debería promover: ¿Qué es lo que cada uno de nosotros puede hacer “para salvar la Tierra”?
Las llamadas a la responsabilidad individual se multiplican, incluyendo pormenorizadas relaciones
de posibles acciones concretas en los más diversos campos que podemos agrupar en:
Consumo responsable (ecológico o sostenible), presidido por las “3 R” (reducir, reutilizar y reciclar),
que puede afectar desde la alimentación (reducir, por ejemplo, la ingesta de carne) al transporte
(promover el uso de la bicicleta y del transporte público como formas de movilidad sostenible),
pasando por la limpieza (evitar sustancias contaminantes), la calefacción e iluminación (sustituir
las bombillas incandescentes por las de bajo consumo) o la planificación familiar, etc., etc. (Button y
Friends of the Earth, 1990; Silver y Vallely, 1998; García Rodeja, 1999; Vilches y Gil, 2003). Particular
importancia está adquiriendo la idea de compensar los efectos de aquellas acciones que contribuyan
a la degradación y no podamos evitar, como, por ejemplo, determinados viajes en avión (Bovet et al.,
2008, pp 22-23). Puede consultarse, entre otras, la web www.ceroco2.org.
Comercio justo, que implica producir y comprar productos con garantía de que han sido obtenidos
con procedimientos sostenibles, respetuosos con el medio y con las personas (y que ha dado lugar
a campañas como “Ropa limpia”, centrada en el comercio textil o “Juega limpio” que se ocupa más
concretamente de ropa deportiva). Este mismo principio de responsabilidad personal ha de aplicarse
en la práctica del turismo (ver Turismo sostenible) o en las actividades financieras, siguiendo
los principios de la Banca ética, de forma que el beneficio obtenido de la posesión e intercambio de
dinero sea consecuencia de la actividad orientada al bien común y sea equitativamente distribuido
entre quienes intervienen a su realización.
Activismo ciudadano ilustrado, lo que exige romper con el descrédito de “la política”, actitud que
promueven quienes desean hacer su política sin intervención ni control de la ciudadanía.
En ocasiones surgen dudas acerca de la efectividad que pueden tener los comportamientos individuales,
los pequeños cambios en nuestras costumbres, en nuestros estilos de vida, que la educación
puede favorecer: Los problemas de agotamiento de los recursos energéticos y de degradación del
medio –se afirma, por ejemplo- son debidos, fundamentalmente, a las grandes industrias; lo que
cada uno de nosotros puede hacer al respecto es, comparativamente, insignificante. Pero resulta
fácil mostrar (bastan cálculos muy sencillos) que si bien esos “pequeños cambios” suponen, en
verdad, un ahorro energético per cápita muy pequeño, al multiplicarlo por los muchos millones de
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Década de la educación para la sostenibilidad. Temas de Acción Clave
18 Educación para la sostenibilidad
personas que en el mundo pueden realizar dicho ahorro, éste llega a representar cantidades ingentes
de energía, con su consiguiente reducción de la contaminación ambiental (Furió et al., 2005).
El futuro va a depender en gran medida del modelo de vida que sigamos y, aunque éste a menudo
nos lo tratan de imponer, no hay que menospreciar la capacidad que tenemos los consumidores
para modificarlo (Comín y Font, 1999). La propia Agenda 21 indica que la participación de la sociedad
civil es un elemento imprescindible para avanzar hacia la sostenibilidad. Aunque no se debe
ocultar, para ir más allá de proclamas puramente verbales, la dificultad de desarrollo de las ideas
antes mencionadas, ya que comportan cambios profundos en la economía mundial y en las formas
de vida personales. Por ejemplo, el descenso del consumo provoca recesión y caída del empleo.
¿Cómo eludir estos efectos indeseados? ¿Qué cambiar del sistema y cómo se podría hacer, al menos
teóricamente, para avanzar hacia una sociedad sostenible?
Se precisa, por tanto, un esfuerzo sistemático por incorporar la educación para la sostenibilidad,
como una prioridad central en la alfabetización básica de todas las personas, es decir, como un objetivo
clave en la formación de los futuros ciudadanos y ciudadanas (Novo, 2006a). Un esfuerzo de
actuación que debe tener en cuenta que cualquier intento de hacer frente a los problemas de nuestra
supervivencia como especie ha de contemplar el conjunto de problemas y desafíos que conforman
la situación de emergencia planetaria (Vilches y Gil, 2003 y 2009). Ése es precisamente uno de los
retos fundamentales que se nos presentan, el carácter sistémico de problemas y soluciones: la estrecha
vinculación de los problemas, que se refuerzan mutuamente y han adquirido un carácter global,
exige un tratamiento igualmente global de las soluciones. Dicho con otras palabras: ninguna acción
aislada puede ser efectiva, precisamos un entramado de medidas que se apoyen mutuamente. Una
“Nueva cultura del agua”, por ejemplo, concebida para una adecuada gestión de este recurso vital,
ha de ser solidaria de otras “Nuevas culturas” (energética, urbana, de la movilidad, demográfica…)
que abarquen sin contradicciones ni olvidos el conjunto de las actividades humanas.
Crecimiento económico y sostenibilidad
Las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) ha lanzado un plan para reanimar la economía
global al mismo tiempo que, como señala Ban Ki-Moon, «se enfrenta el desafío definitorio
de nuestra época: el cambio climático».
Por supuesto estas medidas tienen un elevado coste económico que se convierte en un serio obstáculo
para su adopción; pero como ha mostrado el Informe Stern, encargado por el Gobierno
Británico en 2006 a un equipo dirigido por el economista Nicholas Stern, ex director de economía
del Banco Mundial, así como otros estudios de conclusiones concordantes, si no se actúa con celeridad
el proceso de degradación provocará una grave recesión económica mucho más costosa
(Bovet et al., 2008, pp 12-13) con secuelas ambientales irreversibles que pueden dar lugar al colapso
de nuestra especie (Diamond, 2006).
Crecimiento demográfico y sostenibilidad
A lo largo del siglo 20 la población se ha más que cuadruplicado. Y aunque se ha producido un
descenso en la tasa de crecimiento de la población, ésta sigue aumentando en unos 80 millones
cada año, por lo que puede duplicarse de nuevo en pocas décadas. La Comisión Mundial del Medio
Ambiente y del Desarrollo (1988) ha señalado las consecuencias: «En muchas partes del mundo,
la población crece según tasas que los recursos ambientales disponibles no pueden sostener, tasas
que están sobrepasando todas las expectativas razonables de mejora en materia de vivienda, atención
médica, seguridad alimentaria o suministro de energía».
Alrededor de un 40% de la producción fotosintética primaria de los ecosistemas terrestres es usado
por la especie humana cada año para, fundamentalmente, comer, obtener madera y leña, etc. Es
decir, la especie humana está próxima a consumir tanto como el conjunto de las otras especies.
Como explicaron los expertos en sostenibilidad, en el marco del llamado Foro de Río + 5, la actual
población precisaría de los recursos de tres Tierras (!) para alcanzar un nivel de vida semejante al
de los países desarrollados. Puede decirse, pues, que hemos superado ya la capacidad de carga del
planeta, es decir, la máxima cantidad de seres humanos que el planeta puede mantener de forma
permanente. De hecho se ha estimado en 1,7 hectáreas la biocapacidad del planeta por cada habitante
(es decir el terreno productivo disponible para satisfacer las necesidades de cada uno de los
más de 6000 millones de habitantes del planeta) mientras que en la actualidad la huella ecológica
media por habitante es de 2,8 hectáreas.
«Incluso si consumieran, en promedio, mucho menos que hoy, los nueve mil millones de hombres
y mujeres que poblarán la Tierra hacia el año 2050 la someterán, inevitablemente, a un enorme
estrés» (Delibes y Delibes, 2005).
Preocupaciones semejantes ante el crecimiento explosivo de la población llevaron a Ehrlich y Ehrlich
(1994), hace ya más de una década, a afirmar con rotundidad: «No cabe duda que la explosión
demográfica terminará muy pronto. Lo que no sabemos es si el fin se producirá de forma benévola,
4. Crecimiento demográfico y sostenibilidad
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32 Crecimiento demográfico y sostenibilidad
por medio de un descenso de las tasas de natalidad, o trágicamente, a través de un aumento de
las tasas de mortalidad». Y añaden: «El problema demográfico es el problema más grave al que se
enfrenta la humanidad, dada la enorme diferencia de tiempo que transcurre entre el inicio de un
programa adecuado y el comienzo del descenso de la población». Y aunque se puede discrepar de
que constituya «el problema más grave», sí cabe reconocer que «se superponen los dos factores que
están asociados de forma permanente e indisoluble al impacto de la humanidad sobre el ambiente:
de un lado, el derroche de los más ricos, y de otro, el enorme tamaño de la población mundial»
(Delibes y Delibes, 2005). Se trata de «bombas de relojería con mechas de menos de 50 años»
(Diamond, 2006). El reto definitorio del siglo XXI será afrontar la realidad de que la humanidad
comparte un destino común en un planeta superpoblado (Sachs, 2008, p. 17).
Ehrlich y Ehrlich (1994) también llaman la atención sobre el hecho de que «la superpoblación de
los países ricos, desde el punto de vista de la habitabilidad de la Tierra, es una amenaza más seria
que el rápido crecimiento demográfico de los países pobres». Es por ello que conviene distinguir
entre superpoblación y crecimiento demográfico. En África el crecimiento demográfico es hoy
muy superior al de Europa, pero Europa está mucho más poblada que África, es Europa la que está
superpoblada. Es el mundo rico, ya superpoblado, el que tiene un consumo per cápita muy superior
al de los africanos y el que más contribuye, por tanto, al agotamiento de los recursos, a la lluvia
ácida, al calentamiento del globo, a la crisis de los residuos, etc.
Por otro lado, las predicciones más optimistas no consideran que la población pueda bajar de 9000
millones a mitad del siglo XXI. Hay muchos programas de planificación familiar en el mundo, pero
funcionan mejor en aquellos países en que la renta está más justamente repartida que en los que
no lo está. Esos programas se han visto más eficaces cuando van dirigidos a las mujeres y cuando
plantean mejorar los niveles sanitarios y de educación de las mujeres en esos países más pobres.
Sin la participación plena de las mujeres en los programas de planificación familiar no habrá un
desarrollo equilibrado en los países con índices de crecimiento elevado. En palabras del Nobel de
Economía Amartya Sen: «El desarrollo económico puede distar de ser el mejor anticonceptivo, pero
el desarrollo social –especialmente la educación y el empleo femeninos– puede ser muy eficaz».
Esto lo señala en su libro Desarrollo y Libertad (Sen, 1999) al plantear su preocupación por la tasa
de crecimiento de la población mundial y la necesidad de soluciones para el control de la natalidad
y el logro de una paternidad y maternidad responsables.
Tecnociencia para la sostenibilidad
Conviene, pues, reflexionar acerca de algunas de las características fundamentales que deben
poseer las medidas tecnológicas para hacer frente a la situación de emergencia planetaria. Según
(Daly, 1997) es preciso que cumplan lo que denomina «principios obvios para el desarrollo
sostenible»:
• Las tasas de recolección no deben superar a las de regeneración (o, para el caso de recursos
no renovables, de creación de sustitutos renovables).
• Las tasas de emisión de residuos deben ser inferiores a las capacidades de asimilación de los
ecosistemas a los que se emiten esos residuos.
Por otra parte, como señala el mismo Daly, «Actualmente estamos entrando en una era de economía
en un mundo lleno, en la que el capital natural o “capital ecológico” será cada vez más el factor
limitativo» (Daly, 1997). Ello impone una tercera característica a las tecnologías sostenibles:
• «En lo que se refiere a la tecnología, la norma asociada al desarrollo sostenible consistiría en
dar prioridad a tecnologías que aumenten la productividad de los recursos (…) más que incrementar
la cantidad extraída de recursos (…). Esto significa, por ejemplo, bombillas más
eficientes de preferencia a más centrales eléctricas».
A estos criterios, fundamentalmente técnicos, es preciso añadir otros de naturaleza ética (Vilches
y Gil-Pérez, 2003) como son:
• Dar prioridad a tecnologías orientadas a la satisfacción de necesidades básicas y que contribuyan
a la reducción de las desigualdades, como, por ejemplo:
– Fuentes de energía limpia (solar, geotérmica, eólica, fotovoltaica, mini-hidráulica, mareas…
sin olvidar que la energía más limpia es la que no se utiliza) y generación distribuida o descentralizada,
que evite la dependencia tecnológica que conlleva la construcción de las grandes
plantas.
– Incremento de la eficiencia para el ahorro energético (uso de bombillas fluorescentes de bajo
consumo o, mejor, diodos emisores de luz LED; cogeneración, que supone la obtención simultánea
de energía eléctrica y energía térmica útil, aprovechando para calefacción u otros
usos el calor que habitualmente se disipa…). Todo ello en un escenario “negavatios” que rompa
el hasta aquí irrefrenable crecimiento en el uso de energía.
– Gestión sostenible del agua y demás recursos básicos.
– Obtención de alimentos con procedimientos sostenibles (agriculturas alternativas biológicas
o agroecológicas, que recurren, por ejemplo, a biofertilizantes y biopesticidas, o al enriquecimiento
del suelo con “biochar” o “agrichar”, a base de carbón vegetal, que hace la tierra más
porosa y absorbente del agua).
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Década de la educación para la sostenibilidad. Temas de Acción Clave
37 Tecnociencia para la sostenibilidad
– Prevención y tratamiento de enfermedades, en particular las pandemias como el sida, que está
diezmando la población de muchos países africanos, o las nuevas enfermedades asociadas al
desarrollo industrial
– Logro de una maternidad y paternidad responsable que evite embarazos no deseados y haga
posible una cultura demográfica sostenible.
– Prevención y reducción de la contaminación ambiental, así como tratamiento adecuado de los
residuos para reducir su impacto.
– Regeneración de entornos.
– Reducción de desastres, como los provocados por el incremento de la frecuencia e intensidad
de los fenómenos atmosféricos extremos que acompaña al cambio climático…
– Reducción del riesgo y empleo de materiales “limpios” y renovables en los procesos industriales,
utilización de técnicas basadas en los principios de la Química Sostenible (www.unizar.es/icma/divulgacion/quimica%20verde.html) también denominada Química Verde o Química
para la sostenibilidad.
• Aplicar el Principio de Precaución (también conocido como de Cautela o de Prudencia), para
evitar la aplicación apresurada de una tecnología, cuando aún no se ha investigado suficientemente
sus posibles repercusiones, como ocurre con el uso de los transgénicos o de las nanotecnologías.
Nos remitimos a este respecto a las “Pautas para aplicar el principio de precaución a
la conservación de la biodiversidad y la gestión de los recursos naturales”, diseñadas por The
Precautionary Principle Project, en el que ha trabajado un amplio grupo de expertos de diferentes
campos, regiones y perspectivas (ver http://www.pprinciple.net/). Con tal fin se han introducido
–aunque tan solo están vigentes en algunos países– instrumentos como la Evaluación
del Impacto Ambiental (EIA), para prevenir los impactos ambientales de las tecnologías que se
proponen, analizar los riesgos y facilitar la toma de decisiones para su aprobación o no, así como
las Auditorías medioambientales (AMA) de las tecnologías ya en funcionamiento para conocer
la calidad de sus productos o de sus prestaciones.
Se trata, pues, de superar la búsqueda de beneficios particulares a corto plazo que ha caracterizado,
a menudo, el desarrollo tecnocientífico, y potenciar tecnologías básicas susceptibles de favorecer
un desarrollo sostenible que tenga en cuenta, a la vez, la dimensión local y global de los problemas
a los que nos enfrentamos.
Y es necesario, como señala Sachs (2008, p. 56), formular un compromiso global para «financiar I
+ D para tecnologías sostenibles, entre ellas las energías limpias, las variedades de semillas resistentes
a la sequía, la acuicultura sensata desde el punto de vista medioambiental, las vacunas para
enfermedades tropicales, la mejora del seguimiento y la conservación de la biodiversidad (…) para
todas las dimensiones del desarrollo sostenible hay una necesidad tecnológica esencial que debe
ser apuntalada mediante inversiones en ciencia básica. Y en todos los casos hay una necesidad
acuciante de financiación pública que incentive las nuevas tecnologías que nos permitan alcanzar
al mismo tiempo los objetivos de elevar la renta global, poner fin a la pobreza extrema, estabilizar
la población mundial y propiciar la sostenibilidad ambiental».
Debemos señalar, además, que existen ya soluciones científico-tecnológicas para muchos de los
problemas planteados –aunque, naturalmente, será siempre necesario seguir investigando– pero
dichas soluciones tropiezan con las barreras que suponen los intereses particulares o las desigualdades
en el acceso a los avances tecnológicos, que se acrecientan cada día.
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38 Tecnociencia para la sostenibilidad
Es lo que ocurre, por ejemplo, con el IV Informe de Evaluación del Panel Intergubernamental
sobre Cambio Climático (IPCC, 2007) dedicado a las medidas de mitigación del problema, en el
que se afirma que hay suficiente potencial económico para controlar en la próximas décadas las
emisiones de gases de efecto invernadero, o con el problema, más concretamente, de los recursos
energéticos: como muestra un reciente informe difundido por Greenpeace (“Renovables 2050, Un
informe sobre el potencial de las energías renovables en la España peninsular” al que se puede acceder
en http://energia.greenpeace.es/) hoy es técnicamente factible la reestructuración del sistema
energético para cumplir objetivos ambientales y abastecer el 100 % de la demanda energética total,
en el 2050, con fuentes renovables: eólica, solar, biomasa… Sin embargo se sigue impulsando el
uso de combustibles fósiles como el petróleo y el carbón (Duarte Santos, 2007), pese a su contribución
al cambio climático, o se presenta la energía nuclear de fisión –igualmente dependiente
de yacimientos minerales no renovables y escasos- como alternativa, dado que no contribuye al
efecto invernadero, ignorando los graves problemas que comporta (ver contaminación sin fronteras
y reducción de desastres). Cabe saludar a este respecto la creación en 2009 de la Agencia
Internacional de Energías Renovables (IRENA), cuyo cometido es asesorar y ayudar a los distintos
países en materia de política energética y fomentar las energías renovables, que incluyen ya una
gran variedad de realizaciones y prometedoras perspectivas (eólica, fotovoltaica, geotérmica, mareomotriz,
mini-hidráulica, producida aprovechando las algas, solar espacial, solar termodinámica,
termo-oceánica o maremotérmica, undimotriz o de las olas, etc.).
Reducción de la pobreza
Según el Banco Mundial, el total de seres humanos que vive en la pobreza más absoluta, con un
dólar al día o menos, ha crecido de 1200 millones en 1987 a 1500 en la actualidad y, si continúan las
actuales tendencias, alcanzará los 1900 millones para el 2015. Y casi la mitad de la humanidad no
dispone de dos dólares al día. Como señalan Sen y Kliksberg (2007, pp. 8), «el 10% más rico tiene el
85 % del capital mundial, la mitad de toda la población del planeta solo el 1%». Pero, como explica
el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), «La pobreza no se define exclusivamente
en términos económicos (…) también significa malnutrición, reducción de la esperanza
de vida, falta de acceso a agua potable y condiciones de salubridad, enfermedades, analfabetismo,
imposibilidad de acceder a la escuela, a la cultura, a la asistencia sanitaria, al crédito o a ciertos
bienes». Desde la perspectiva de Sen (Cortina y Pereira, 2009), la pobreza es ante todo falta de libertad
para llevar adelante los planes de vida que una persona tiene razones para valorar, es decir,
que las personas puedan ser agentes de sus propias vidas (“Libertad de agencia”).
Al abordar el problema de la pobreza extrema se suelen señalar tres hechos que reclaman una
atención inmediata: la mortalidad prematura, la desnutrición y el analfabetismo (CMMAD, 1998).
Ésa es la razón por la que el PNUD ha introducido el IDH (Índice de Desarrollo Humano) que
intenta reflejar el bienestar desde un punto de vista más amplio, contemplando tres dimensiones
–longevidad, estudios y nivel de vida– y que se ha convertido en un instrumento para evaluar las
diferentas entre países.
Y toda esta problemática hay que contemplarla en su contexto y en su evolución: esa terrible pobreza
se produce mientras parte del planeta asiste a un espectacular crecimiento económico. Es decir,
estamos ante una pobreza que coexiste con una riqueza en aumento, de forma que en los últimos
40 años –señala el mismo informe del Banco Mundial– se han duplicado las diferencias entre los
20 países más ricos y los 20 más pobres del planeta. «Si no actuamos ahora las desigualdades serán
gigantescas en los próximos años», expresaba con preocupación en 1997 el presidente del Banco
Mundial, señalando el peligro de que la pobreza acabe estallando «como una bomba de relojería».
Y no se trata únicamente de desequilibrios entre países: es preciso salir también al paso de las fuertes
discriminaciones y segregación social que se dan en el seno de una misma sociedad y, muy en
particular, de las que afectan a las mujeres en la mayor parte del planeta (ver Igualdad de género).
Jeffrey Sachs, profesor de Desarrollo Sostenible del Instituto de la Tierra de la Universidad de
Columbia y asesor especial de Kofi Annan, en su libro dedicado a la lucha contra la pobreza y
la marginación en el mundo, señala: «Actualmente, más de ocho millones de personas mueren
todos los años en todo el mundo porque son demasiado pobres para sobrevivir (...) La enorme
41 reducción de la pobreza
6. Reducción de la pobreza
distancia que hoy separa a los países ricos de los pobres es un fenómeno nuevo, un abismo que se
ha abierto durante el período de crecimiento económico moderno. En 1820, la mayor diferencia
entre ricos y pobres –en concreto, entre la economía puntera del mundo de la época, el Reino
Unido y la región más pobre del planeta, África– era de cuatro a uno, en cuanto a la renta per
cápita... En 1998, la distancia entre la economía más rica, Estados Unidos, y la región más pobre,
África, se había ampliado ya de veinte a uno» (Sachs, 2005 pp.25 y 62). En definitiva, un quinto
de la humanidad vive confortablemente mientras otro quinto sufre la mayor de las penurias (con
una renta inferior a un dólar por día) y más de la mitad está por debajo del umbral de la pobreza
(menos de dos dólares diarios).
Quizás sea en las diferencias en el consumo donde las desigualdades aparecen con mayor claridad:
por cada unidad de pescado que se consume en un país pobre, en un país rico se consumen 7;
para la carne la proporción es 1 a 11; para la energía 1 a 17; para las líneas de teléfono 1 a 49; para el
uso del papel 1 a 77; para automóviles 1 a 145. El 65% de la población mundial nunca ha hecho una
llamada telefónica… ¡y el 40% no tiene ni siquiera acceso a la electricidad! Un dato del consumo
que impresiona particularmente, y que resume muy bien las desigualdades, es que un niño de un
país industrializado va a consumir en toda su vida lo que consumen 50 niños de un país en
desarrollo.
¿Y qué podemos decir de las diferencias en educación? Mientras en países como el Reino Unido
se estudia la forma de lograr que el 90% de los jóvenes sigan estudiando más allá de los 17 años, al
terminar el periodo de escolarización obligatoria, millones de niños siguen sin acceder a la alfabetización
básica. Se niega el derecho a la educación a millones de niños y, sobre todo, niñas, y
se les condena a una vida sin perspectivas… sin que siquiera tenga sentido reclamar la prohibición
del trabajo infantil, si ello no va acompañado de otras medidas que garanticen su supervivencia,
porque la alternativa suele ser la criminalidad y la prostitución. Y, como reconoce el Programa de
Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), «la educación insuficiente y la falta de acceso a la
información hace que a millones de personas de todo el mundo les resulte muy difícil comprender
cómo prevenir y curar enfermedades» –desde los problemas respiratorios hasta la malaria o el
SIDA– que «merman la productividad de las personas y suelen representar un importante lastre
para las familias».
Y va a seguir agravándose la explotación de los ecosistemas hasta dejarlos exhaustos. El
PNUD recuerda que «la pobreza suele confinar a los pobres que viven en el medio rural a tierras
marginales, contribuyendo así a la aceleración de la erosión, al aumento de la vulnerabilidad
ecológica, a los desprendimientos de tierras, etc.». E insiste: «La pobreza lleva a la deforestación
por el uso inadecuado de la madera y de otros recursos para cocinar, calentar, construir casas
y productos artesanales, privando así a los grupos vulnerables de bienes fundamentales y acelerando
la espiral descendente de la pobreza y la degradación medioambiental». En resumen,
no somos únicamente los consumistas del Norte quienes degradamos el planeta (ver Consumo
responsable). Los habitantes del Tercer Mundo se ven obligados, hoy por hoy, a contribuir a esa
destrucción, de la que son las principales y primeras víctimas: pensemos, por ejemplo, que se ha
demostrado “la relación directa y estrecha entre los procesos de desertificación (que produce
hambrunas) y los alzamientos y revueltas populares en el mundo en desarrollo” (Delibes y Delibes,
2005). Pero esta destrucción afectará cada vez más a todos. El PNUD lo ha expresado con
nitidez: El bienestar de cada uno de nosotros también depende, en gran parte, de que exista un nivel
de vida mínimo para todos.
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43 reducción de la pobreza
La reducción de la pobreza y la universalización de los Derechos Humanos se convierten así en una
necesidad absoluta para la supervivencia de la especie humana y aunque sólo sea por egoísmo inteligente
es preciso actuar, porque la prosperidad de un reducido número de países no puede durar si se
enfrenta a la extrema pobreza de la mayoría (Folch, 1998; Mayor Zaragoza, 2000; Vilches y Gil, 2003;
Sachs, 2005).

Las sociedades del bienestar, nos recuerda Mayor Zaragoza, no podrán mantener permanentemente lejos de sus fronteras las inmensas bolsas de miseria y se generarán focos de inmigración imparables (ver Conflictos y violencias). Como señala Yunus (2005), la pobreza es una creación de los seres humanos y, en consecuencia, ellos son quienes tienen capacidad y posibilidad de solucionarla. Esta pobreza extrema está vinculada al conjunto de problemas que caracterizan la situación de emergencia planetaria, desde la degradación de los ecosistemas o el agotamiento de los recursos a la explosión demográfica y se traduce en enfermedades, hambre literal y, en definitiva, en baja esperanza de vida.
Igualdad de género
Las sociedades del bienestar, nos recuerda Mayor Zaragoza, no podrán mantener permanentemente lejos de sus fronteras las inmensas bolsas de miseria y se generarán focos de inmigración imparables (ver Conflictos y violencias). Como señala Yunus (2005), la pobreza es una creación de los seres humanos y, en consecuencia, ellos son quienes tienen capacidad y posibilidad de solucionarla. Esta pobreza extrema está vinculada al conjunto de problemas que caracterizan la situación de emergencia planetaria, desde la degradación de los ecosistemas o el agotamiento de los recursos a la explosión demográfica y se traduce en enfermedades, hambre literal y, en definitiva, en baja esperanza de vida.
Igualdad de género
Por otra parte, en los países industrializados, pese haber logrado, no hace mucho, la igualdad legal de derechos «se sigue concediendo empleos con mayor frecuencia y facilidad a los hombres, el salario es desigual y los papeles en función del sexo son aún discriminatorios». De hecho, al considerar el Índice de Desarrollo Humano (ver Reducción de la pobreza) específico de las mujeres, aparece por detrás del general en todos los países del mundo. En el artículo “Missing Women”, publicado por Amartya Sen en 1992 en la revista British Medical Journal, así como en trabajos posteriores, se refiere a la excesiva mortalidad y tasas de supervivencia “artificialmente” más bajas de las mujeres en muchas partes del mundo, como un descarnado aspecto muy visible de la desigualdad sexual, con datos inquietantes de infanticidio femenino, despreocupación por la salud y la nutrición de las mujeres, en especial durante la niñez, etc. Cabe recordar a ese respecto que en India, las niñas tienen cuatro veces más posibilidades de estar desnutridas que los niños. El 25% de los hombres en los países en desarrollo padecen anemia a causa de la deficiencia del hierro, mientras que la tasa es del 45% para las mujeres y más del 60% para las embarazadas. Y todas estas discriminaciones, desigualdades por razones de sexo, se deben a los prejuicios culturales en las familias y en las sociedades en general. Y también se manifiesta en la educación. Las injustas oportunidades de instrucción para las chicas conducen a su inseguridad económica: las mujeres representan los dos tercios de las personas analfabetas y los tres quintos de los pobres del planeta. Con menos oportunidades educativas y económicas que los hombres, lógicamente las mujeres tienden a padecer hambre y mayores deficiencias en la nutrición. Se habla por ello de «feminización de la pobreza» (Sen, 2000; Vilches y Gil, 2003). Y por lo que se refiere al trabajo, las mujeres tienen, en general, jornadas mucho más cargadas. Por poner dos ejemplos, en India las mujeres trabajan unas 12 horas más a la semana que los hombres y en Nepal 21 horas. Cinco años después de la IV Conferencia Mundial para las mujeres celebrada en Pekín, tuvo lugar en Nueva York la conferencia “Mujeres 2000: Igualdad, desarrollo y Paz para el siglo xxi”, en una sesión especial de la Asamblea General de Naciones Unidas. Se trataba de evaluar el cumplimiento de los compromisos adoptados en Pekín y establecer medidas para seguir avanzando en los derechos humanos de las mujeres. Esa evaluación se concentró en frenar una marcha atrás y tratar de mantener lo consensuado en China, ya que se detectó un incumplimiento de derechos básicos como el derecho a la salud plena, a la educación, a una vida sin violencia, al libre disfrute de la sexualidad y a una maternidad responsable, no impuesta, a la participación en la toma de decisiones… (Ver Derechos humanos). Mientras, continúa produciéndose un intenso tráfico de mujeres y niñas en muchos países…, entre una cuarta parte y la mitad de las mujeres del mundo sufren agresiones de su pareja y siguen ocurriendo hechos como la ablación genital, las violaciones de mujeres y niñas o los “crímenes de honor”. Unas agresiones que aumentan en las situaciones de inestabilidad laboral como las que se están viviendo actualmente en todo el mundo, incluidos los países ricos, en los que hay un porcentaje creciente de marginados.
La erradicación de la discriminación de las mujeres entronca así con los objetivos de la educación
para la sostenibilidad, de la reducción de la pobreza y, en definitiva, de la universalización de
los derechos humanos. Así se señala en los objetivos del Milenio: «El tercer objetivo de Desarrollo
del Milenio desafía la discriminación contra la mujer y busca asegurar que las niñas, como
los niños, tengan el derecho a la escolarización. Los indicadores relacionados con este objetivo
buscan medir el progreso hacia la mayor alfabetización de la mujer, hacia la mayor participación
y representación de ésta en la política y en la toma de decisiones de los Estados y hacia la mejora
de las perspectivas de empleo. Así y con todo, el tema de la igualdad de género no se limita a un
solo objetivo sino que se aplica a todos ellos. Sin progreso hacia la igualdad de género y sin la capacitación
de la mujer, no se alcanzará ninguno de los objetivos de desarrollo del milenio» (MDG,
Naciones Unidas http://www.un.org/millenniumgoals/). Unos objetivos que se contemplan desde
el punto educativo en las iniciativas de “la Década de la Educación por un Desarrollo Sostenible,
en la que la igualdad entre géneros está considerada como una de las condiciones fundamentales
para el desarrollo humano que está requiriendo una mayor atención por parte de la ciencia, la política,
las instituciones sociales y la educación” (Aznar y Cánovas, 2008, p.9). Y unos objetivos que
constituyen un auténtico reto frente al que aún queda mucho por hacer, como se puede ver en los
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49 igualdad de género
informes sobre los Índices de Equidad de Género (Social Watch, 2008) o los de UNICEF (2007),
pero que ya están encontrando respuestas en algunos países por lo que se refiere a la promoción
de políticas de igualdad y estrategias y prácticas educativas para la promoción de la igualdad de
derechos y oportunidades entre los géneros y la erradicación de la violencia (Novo, 2007; Pérez
Sedeño, 2007; Aznar y Cánovas, 2008)
“La autonomía de las mujeres en la vida privada y pública es fundamental para garantizar
el ejercicio de sus derechos humanos. La capacidad para generar ingresos propios y controlar
activos y recursos (autonomía económica), el control sobre su cuerpo (autonomía física), y su plena
participación en las decisiones que afectan a sus vidas y a su colectividad (autonomía en la toma de
decisiones), son los tres pilares de la igualdad de género y de una ciudadanía paritaria” (http://www.
cepal.org/oig/).
Insistiremos tan solo, para terminar, en que la superación de las discriminaciones de género, la extensión
(por supuesto inacabada) de derechos a esa mitad del género humano que constituyen las
mujeres, no supone “acabar con los privilegios de los hombres”, como si para que unos ganen otros
hayan de perder... El resultado no es ése y hay que afirmarlo con claridad: la extensión de derechos
beneficia a todos. Jamás una extensión de derechos a nuevas capas se ha traducido, a medio y largo
plazo, en perjuicio de nadie. En cambio los “privilegios”, es decir, los desequilibrios, son siempre
causa de conflictos destructivos e insostenibles, mientras que los avances hacia la universalización
de los derechos se traducen en la potenciación de la creatividad de nuevos colectivos, lo que acaba
favoreciendo un desarrollo más armónico y sostenible, beneficioso para todos.
Contaminación sin fronteras
El problema de la contaminación es uno de los primeros que nos suele venir a la mente cuando pensamos
en la situación del mundo, puesto que la contaminación ambiental hoy no conoce fronteras
y afecta a todo el planeta. Eso lo expresó muy claramente el ex presidente de la República Checa,
Vaclav Havel, hablando de Chernobyl: «una radioactividad que ignora fronteras nacionales nos recuerda
que vivimos –por primera vez en la historia– en una civilización interconectada que envuelve
el planeta. Cualquier cosa que ocurra en un lugar puede, para bien o para mal, afectarnos a todos».
La mayoría de los ciudadanos percibimos ese carácter global del problema de la contaminación; por
eso nos referimos a ella como uno de los principales problemas del planeta. Pero conviene hacer
un esfuerzo por concretar y abordar de una forma más precisa las distintas formas de contaminación
y sus consecuencias. No basta, en efecto, con referirse genéricamente a la contaminación del
aire (debida a procesos industriales que no depuran las emisiones, a los sistemas de calefacción y
al transporte, etc.), de los suelos (por almacenamiento de sustancias sólidas peligrosas: radiactivas,
metales pesados, plásticos no biodegradables…) y de las aguas superficiales y subterráneas (por los
vertidos sin depurar de líquidos contaminantes, de origen industrial, urbano y agrícola, las “mareas
negras”, y también, de nuevo, los plásticos, cuyas bolsas han “colonizado” todos los mares, provocando
la muerte por ahogamiento de tortugas y grandes peces y dando lugar a inmensas islas flotantes,
etc.). En un informe presentado con motivo de la celebración del Día Mundial de los Océanos, el 8 de
junio de 2009, el Director General del PNUMA, Achim Steiner, hizo un llamamiento del Programa
de Naciones Unidas para el Medioambiente para que se dejen de fabricar bolsas de plástico en todo
el mundo, por el daño que causan a mares y océanos. Miles de animales marinos mueren al año y
decenas de ecosistemas se deterioran irreversiblemente por las bolsas de plástico arrojadas al mar
«No hay justificación para continuar produciéndolas» añadió, pidiendo su prohibición.
Todo ello se traduce en una grave destrucción de ecosistemas (McNeill, 2003; Vilches y Gil, 2003)
y pérdidas de biodiversidad. La primera evaluación global efectuada revela que más de 1,200 millones
de hectáreas de tierras (equivalente a la suma de las superficies de China e India) han sufrido
una seria degradación en los últimos cuarenta y cinco años, según datos del World Resources
Institute. Y a menudo son las mejores tierras las que se ven más afectadas. Es lo que ocurre con
las tierras húmedas (pantanos, manglares), que se encuentran entre los ecosistemas que más vida
generan. De ahí su enorme importancia ecológica y el peligro que supone su desaparición debido
a la creciente contaminación.
En relación con este problema, hemos de referirnos también a un material como el “coltán”, producto
escaso, básico en la industria de las nuevas tecnologías (teléfonos móviles, ordenadores,
GPS,..), medicina, industria aeroespacial, etc., que es altamente contaminante. Se trata de una mezcla
de minerales (columbita y tantalita) de la que se separa el tantalio, muy valorado por sus propiedades
superconductoras y su alta resistencia a la corrosión. Algunos de los principales yacimientos
de coltán se encuentran en la República Democrática del Congo y su extracción se relaciona con la
explotación infantil en condiciones infrahumanas, el tráfico ilegal (se le atribuye el origen de numerosos
conflictos en África) y su alto impacto ambiental, debido fundamentalmente a la deforestación
y pérdida de biodiversidad que su extracción está provocando así como a la contaminación
del limo procedente del proceso de lavado.
Pero quizás el más grave problema, asociado a la contaminación, al que se enfrenta la humanidad
en el presente, sea el calentamiento global que se deriva del incremento de los gases de efecto invernadero
provocado por el uso de combustibles fósiles y la deforestación (McNeill, 2003; Lynas,
2004; Balairón, 2005; Duarte, 2006). Su importancia exige un tratamiento particularizado y nos
remitimos por ello al tema clave del cambio climático para el análisis específico del mismo y de
las medidas para hacerle frente, como el desarrollo de las energías renovables y limpias, la apuesta
por el ahorro energético, etc.
Por último, nos referiremos muy brevemente a otras formas de contaminación que suelen quedar
relegadas como problemas menores, pero que son igualmente perniciosas para los seres humanos
y que deben ser también atajadas:
• la contaminación acústica –asociada a la actividad industrial, al transporte y a una inadecuada
planificación urbanística– causa de graves trastornos físicos y psíquicos.
• la contaminación “lumínica” que en las ciudades, a la vez que supone un derroche energético,
afecta al reposo nocturno de los seres vivos, alterando sus ciclos vitales, y que suprime el paisaje
celeste, lo que contribuye a una contaminación “visual” que altera y degrada el paisaje, a la que
están contribuyendo gravemente todo tipo de residuos, un entorno urbano antiestético, etc.
• la contaminación del espacio próximo a la Tierra con la denominada “chatarra espacial” (miles
de objetos desplazándose a enormes velocidades relativas), cuyas consecuencias pueden ser
funestas: tengamos en cuenta que gran parte del intercambio y difusión de la información que
circula por el planeta, casi en tiempo real, tiene lugar con el concurso de satélites, incluido el
funcionamiento de Internet, o de la telefonía móvil. Y lo mismo podemos decir del comercio
internacional, del control de las condiciones meteorológicas, o de la vigilancia y prevención
de incendios y otras catástrofes. La contribución de los satélites a hacer del planeta una aldea
global es realmente fundamental pero, como ha enfatizado la Agencia Espacial Europea (ESA),
si no se reducen los desechos en órbita, dentro de algunos años no se podrá colocar nada en
el espacio .
Consumo responsable
Hablar de consumo responsable es plantear el problema del “hiperconsumo” de las sociedades “desarrolladas”
y de los grupos poderosos de cualquier sociedad, que sigue creciendo como si las capacidades
de la Tierra fueran infinitas (Daly, 1997; Brown y Mitchell, 1998; Folch, 1998; García, 1999).
Baste señalar que los 20 países más ricos del mundo han consumido en este siglo más naturaleza,
es decir, más materia prima y recursos energéticos no renovables, que toda la humanidad a lo largo
de su historia y prehistoria (Vilches y Gil, 2003).
Si se evalúa todo lo que un día usamos los ciudadanos de países desarrollados en nuestras casas (electricidad,
calefacción, agua, electrodomésticos, muebles, ropa, etc., etc.) y los recursos utilizados en transporte,
salud, protección, ocio… el resultado muestra cantidades ingentes. En estos países, con una cuarta
parte de la población mundial, consumimos entre el 50 y el 90% de los recursos de la Tierra y generamos
las dos terceras partes de las emisiones de dióxido de carbono. Sus fábricas, vehículos, sistemas de calefacción…
originan la mayoría de desperdicios tóxicos del mundo, las tres cuartas partes de los óxidos
que causan la lluvia ácida; sus centrales nucleares más del 95% de los residuos radiactivos del mundo.
Un habitante de estos países consume, por término medio, tres veces más cantidad de agua, diez veces
más de energía, por ejemplo, que uno de un país pobre. Se trata de un consumo de recursos materiales y
energéticos muy superior al aparente o visible, que constituye apenas la punta del iceberg, según muestran
los estudios de la “mochila ecológica”, que indica la cantidad de materiales que se suman durante
todo el ciclo de vida del producto. Así, por ejemplo, una bandeja de cobre de 1.5 kg tiene una mochila
ecológica superior a la media tonelada. Y este elevado consumo se traduce en consecuencias gravísimas
para el medio ambiente de todos, incluido el de los países más pobres, que apenas consumen.
Particular incidencia tiene en este elevado consumo y sus consecuencias ambientales el modelo
alimentario que se ha generalizado en los países desarrollados (Bovet et al., 2008). Un modelo
caracterizado, entre otros, por:
• una agricultura intensiva que utiliza grandes cantidades de abonos y pesticidas y recurre al
transporte por avión de productos fuera de estación, con la consiguiente contaminación y degradación
del suelo cultivable;
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Década de la educación para la sostenibilidad. Temas de Acción Clave
60 consumo responsable
• la inversión de la relación vegetal/animal en las fuentes de proteínas, con fuerte caída del consumo
de cereales y leguminosas y correspondiente aumento del consumo de carnes, productos
lácteos, grasas y azúcares. Se trata de una opción de muy baja eficiencia porque, como ha señalado
Jeremy Rifkin, hay que producir 900 kilos de comida para obtener 1 kilo de carne (¡), a lo
que hay que añadir que se necesitan 16 000 litros de agua. En definitiva, el consumo de energía
es muy elevado, de modo la industria de la carne es responsable de más emisiones de CO2
que
la totalidad del transporte.
• la refinación de numerosos productos (azúcares, aceites…), con la consiguiente pérdida de componentes
esenciales como vitaminas, fibras, minerales, con graves consecuencias para la salud.
Derechos humanos y sostenibilidad
El logro de la sostenibilidad aparece hoy indisolublemente asociado a la necesidad de universalización
y ampliación de los derechos humanos. Sin embargo, esta vinculación tan directa entre superación
de los problemas que amenazan la supervivencia de la vida en el planeta y la universalización
de los derechos humanos suele producir extrañeza y dista mucho de ser aceptado con facilidad.
Conviene, por ello, detenerse mínimamente en lo que se entiende hoy por Derechos Humanos,
un concepto que ha ido ampliándose hasta contemplar tres “generaciones” de derechos (Vercher,
1998) que constituyen, como ha sido señalado, requisitos básicos de un desarrollo sostenible, de una
cultura de la sostenibilidad que permita hacer frente a la actual situación de emergencia planetaria.
Podemos referirnos, en primer lugar, a los Derechos Democráticos, civiles y políticos (de opinión,
reunión, asociación…) para todos, sin limitaciones de origen étnico o de género, que constituyen una
condición sine qua non para la participación ciudadana en la toma de decisiones que afectan al
presente y futuro de la sociedad (Folch, 1998). Se conocen hoy como “Derechos humanos de primera
generación”, por ser los primeros que fueron reivindicados y conseguidos (no sin conflictos) en un
número creciente de países. No debe olvidarse, a este respecto, que los “Droits de l’Homme” de la
Revolución Francesa, por citar un ejemplo ilustre, excluían explícitamente a las mujeres, que sólo
consiguieron el derecho al voto en Francia tras la Segunda Guerra Mundial. Ni tampoco debemos
olvidar que en muchos lugares de la Tierra esos derechos básicos son sistemáticamente conculcados
cada día.
Amartya Sen, en su libro Desarrollo y Libertad.
No podemos hablar de pleno funcionamiento democrático, y de respeto de los derechos civiles
mientras, por ejemplo, persiste la tortura y, lo que es aún más grave, la pena de muerte. Si entendemos
la democracia como un proceso social «en el que las instituciones tienen la función de permitir,
precisamente, la continua corrección y el aprendizaje» (Manzini y Bigues, 2000), ello debería
significar su abolición. Una cosa es defender a la sociedad, evitar aquellos actos que atenten contra
los derechos de los demás, y otra, nada correctiva, es erigirse en dioses inmisericordes capaces de
arrebatar la vida… También la democracia ha de progresar en esa dirección.
Si queremos avanzar hacia la sostenibilidad de las sociedades, hacia el logro de una democracia
planetaria o cosmopolita, será necesario reconocer y garantizar otros derechos, además de
los civiles y políticos, que aunque constituyen un requisito imprescindible son insuficientes. Nos
referimos a la necesidad de contemplar también la universalización de los derechos económicos,
sociales y culturales, o “Derechos humanos de segunda generación” (Vercher, 1998), reconocidos
bastante después de los derechos políticos. Hubo que esperar a la Declaración Universal de 1948
para verlos recogidos y mucho más para que se empezara a prestarles una atención efectiva. Entre
estos derechos podemos destacar:
• Derecho universal a un trabajo satisfactorio, a un salario justo, superando las situaciones de precariedad
e inseguridad, próximas a la esclavitud, a las que se ven sometidos centenares de millones
de seres humanos (de los que más de 250 millones son niños).
• Derecho a una vivienda adecuada en un entorno digno, es decir, en poblaciones de dimensiones
humanas, levantadas en lugares idóneos –con una adecuada planificación que evite la destrucción
de terrenos productivos, las barreras arquitectónicas, etc.– y que se constituyan en foros de
participación y creatividad.
• Derecho universal a una alimentación adecuada, tanto desde un punto de vista cuantitativo
(desnutrición de miles de millones de personas) como cualitativo (dietas desequilibradas) lo
que dirige la atención a nuevas tecnologías de producción agrícola.
• Derecho universal a la salud. Ello exige recursos e investigaciones para luchar contra las enfermedades
infecciosas que hacen estragos en amplios sectores de la población del tercer mundo
(cólera, malaria...) y contra las nuevas enfermedades “industriales” (tumores, depresiones...)
y “conductuales”, como el SIDA. Es preciso igualmente una educación que promueva hábitos
saludables, el reconocimiento del derecho al descanso, el respeto y solidaridad con las minorías
que presentan algún tipo de dificultad, etc.
• Derecho a la planificación familiar, es decir, a una maternidad y paternidad responsable, y al
libre disfrute de la sexualidad, que no conculque la libertad de otras personas, sin las barreras
religiosas y culturales que, por ejemplo, condenan a millones de mujeres al sometimiento.
• Derecho a una educación de calidad, espaciada a lo largo de toda la vida, sin limitaciones de
origen étnico, de género, etc., que genere actitudes responsables y haga posible la participación
en la toma fundamentada de decisiones.
• Derecho a la cultura, en su más amplio sentido, como eje vertebrador de un desarrollo personal
y colectivo estimulante y enriquecedor.
• Reconocimiento del derecho a investigar todo tipo de problemas (origen de la vida, manipulación
genética...) sin limitaciones ideológicas, pero tomando en consideración sus implicaciones sociales
y sobre el medio y ejerciendo un control social que evite la aplicación apresurada, guiada por
intereses a corto plazo, de tecnologías insuficientemente contrastadas, que pueden afectar, como
tantas veces ha ocurrido, a la sostenibilidad. Se trata, pues, de completar el derecho a investigar
con la aplicación del llamado Principio de Precaución.
El conjunto de estos derechos de segunda generación aparece como un requisito y, a la vez, como
un objetivo del desarrollo sostenible (Vilches y Gil, 2003). ¿Se puede exigir a alguien, por ejemplo,
que no contribuya a esquilmar un banco de pesca si ése es su único recurso para alimentar su familia?
No es concebible tampoco, por citar otro ejemplo, la interrupción de la explosión demográfica
sin el reconocimiento del derecho a la planificación familiar y al libre disfrute de la sexualidad.
Cambio climático: una innegable y preocupante realidad
La alerta ante la influencia de las acciones humanas en la evolución del clima comienza a cobrar
fuerza a finales de los años sesenta con el establecimiento del Programa Mundial de Investigación
Atmosférica, si bien las primeras decisiones políticas en torno a dicho problema se adoptan en
1972, en la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medio Ambiente Humano (CNUMAH).
En dicha Conferencia, se propusieron actuaciones para mejorar la comprensión de las causas que
estuvieran pudiendo provocar un posible cambio climático. Ello dio lugar en 1979 a la convocatoria
de la Primera Conferencia Mundial sobre el Clima.
Otro paso importante, para impulsar la investigación y adopción de acuerdos internacionales para
resolver los problemas, tuvo lugar con la constitución, en 1983, de la Comisión Mundial sobre el
Medio Ambiente y el Desarrollo conocida como Comisión Brundtland. El informe de la Comisión
subrayaba la necesidad de iniciar las negociaciones para un tratado mundial sobre el clima, investigar
los orígenes y efectos de un cambio climático, vigilar científicamente el clima y establecer
políticas internacionales para la reducción de las emisiones a la atmósfera de los gases de efecto
invernadero.

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